ESTRESA.

EL ESTRÉS.

 

Como dije, la subluxación es una respuesta adaptativa muy inteligente a una situación estresante a corto plazo. Solo se convierte en un problema cuando los fusibles no se restablecen. Esto ocurre cuando el sistema nervioso continua siendo bombardeado por los mismos estímulos, mientras seguimos viviendo en desacuerdo con nuestra inteligencia innata. Cuando el cerebro no tiene la paz que necesita para restablecer la respuesta adaptativa necesaria al entorno, vivimos una situación de estrés crónico.

El sistema nervioso del cuerpo está diseñado para funcionar la mayoría del tiempo en un estado de relax y descanso. De ello se encarga el sistema nervioso autónomo parasimpático: regenera los tejidos, aumenta el flujo sanguíneo en órganos, disminuye la presión arterial y el ritmo cardíaco y estimula la producción de hormonas de paz y bienestar en el cerebro. Todos estos procesos, llamados trofotrópicos, son constructivos porque reparan, regeneran (anabólicos).

Las funciones que permiten lidiar con el estrés están diseñadas para trabajar durante periodos muy breves. De estas funciones se encarga el sistema nervioso autónomo simpático. Por ejemplo, si estamos siendo atacados por un tigre, lo que haremos será correr, escondernos… El flujo sanguíneo se redirige desde los órganos a musculatura, aumenta la frecuencia cardíaca y respiratoria, la glucosa en sangre… (procesos ergotrópicos). Un bombardeo de hormonas del estrés se secretan para garantizar la supervivencia. Estas respuestas del sistema nervioso simpático son muy destructivas para el organismo (catabólicas).

Si nos sometemos a niveles de estrés constante y elevado, el cerebro percibe una amenaza, apaga el sistema parasimpático y arranca el sistema simpático. El de luchar por sobrevivir. Toda la información que llega continuamente es de amenaza inminente. El bombardeo constante de información nociva provoca una respuesta autónoma y motora equivocada, que afecta adversamente al funcionamiento de los órganos, al sistema endocrino, al sistema inmunitario y al sistema locomotor. Nos subluxamos repetidamente a consecuencia de un sistema autónomo simpático dominante.

En esta situación, la capacidad del cerebro para interpretar correctamente y adaptarse al entorno disminuye enormemente. El componente sensorial del sistema nervioso está saturado. Cualquier pequeño estrés activará el mecanismo de protección, la subluxación. El cerebro sigue enviando más órdenes a la columna vertebral para subluxarse con el fin de proteger al organismo. Los patrones de estrés y subluxación se vuelven crónicos. Las subluxaciones vertebrales aumentan en cantidad y cronicidad. Más estrés, más subluxación; más subluxaciones, menos adaptabilidad. Es un pez que se muerde la cola.

 

Las enfermedades modernas

La causa de casi todas las enfermedades modernas viene a consecuencia de un exceso de estrés sobre el sistema nervioso, por un sistema nervioso operando en un modo de supervivencia. Las enfermedades del siglo XXI son muy distintas de las de los siglos XIX y XX. En el pasado, las enfermedades más comunes y devastadoras eran de tipo infeccioso: tuberculosis, hepatitis, gripe , poliomielitis… Hoy en día, estas enfermedades, aunque persisten a pesar de la promesa médica y farmacéutica de erradicarlas antes de finales del siglo XX, no son las más frecuentes.

Las enfermedades que realmente están en aumento son las autoinmunes como la diabetes mellitus tipo 1 (pandémica en todo el mundo con más de 200 millones de casos), el lupus, la artritis reumatoide, la enfermedad de Chron, la psoriasis, la espondilitis anquilosante, la esclerosis múltiple… En todas ellas el sistema inmunitario está confuso, distorsionado. Incluso actualmente surgen nuevos diagnósticos médicos para problemas crónicos de salud sin causa patológica aparente (fibromialgia, fatiga crónica, síndrome de falta de atención e hiperactividad en los niños, etc). No tienen un patógeno identificable, sino que son síndromes, es decir, un conjunto de síntomas. Lo peor de esto es que al no tener patología conocida, no hay tratamiento. Los médicos dicen a los pacientes: “no hay tratamiento para esta enfermedad; irá de mal en peor”. Psicológicamente esto deja destrozada a la persona. Le quita la esperanza.

Nuestro estilo de vida y estado mental estresante y la consecuente dominancia del sistema nervioso simpático provocan una degeneración de todo el organismo que afecta todos los sistemas. Dolor de cabeza, ansiedad, palpitaciones, migrañas, ciática…, todos estos síntomas son señales del cuerpo de que algo en nuestra vida no está funcionando. La inteligencia innata se expresa con síntomas para que rectifiquemos nuestro estilo de vida, para que vivamos de acuerdo con nuestro innato. Empieza susurrando, pero si no le hacemos caso, los síntomas son cada vez más severos. La voz del innato aumenta de volumen. Acaba chillándonos. Aparecen patologías como las que hemos citado (cáncer, diabetes, depresiones, úlceras, fibromialgia, esclerosis multiple, etc.) por no haber hecho caso a nuestro cuerpo, por vivir en una situación de estrés constante. Todo lo que sea necesario para que nos demos cuenta del problema y actuemos para remediarlo.

Si llegamos a entender esto, entonces sí hay esperanza para el paciente. Ya podemos actuar: ajustarnos, practicar técnicas de relajación, borrar creencias patológicas… Así podemos restaurar el equilibrio entre el sistema parasimpático y simpático y dar al cuerpo la oportunidad de regenerarse y sanarse.

 

El desgaste fisiológico por estrés crónico. Cuando nos estresamos, el hipotálamo secreta hormonas que estimulan la glándula pituitaria para que libere hormonas que llegan hasta las glándulas suprarrenales. Estas son las que producen las hormonas del estrés llamadas corticoesteroides (hormonas altamente catabólicas). Su función es la de estimular el sistema nervioso autónomo simpático que pone el cuerpo en modo supervivencia. Los corticoesteroides, como el cortisol, llegan al sistema límbico, concretamente al hipocampo del cerebro, encargado de la memoria, el aprendizaje y las funciones cognitivas.

En condiciones normales, una vez pasa el peligro, el hipocampo registra los niveles excesivos de corticoesteroides en sangre y manda un mensaje a las glándulas suprarrenales para que dejen de producir más hormonas de estrés. El cuerpo se calma.

Pero sin nos sometemos a un estrés constante, el cortisol llega a dañar su glándula de registro, el hipocampo, que se vuelve incapaz de controlar los niveles de cortisol en sangre. A consecuencia de esto, las suprarrenales continúan produciendo cortisol a pesar de la falta de peligro. El cuerpo siempre se mantiene en modo de supervivencia. Todo esto supone un gasto tremendo para el organismo. Con el tiempo, los sistemas orgánicos se verán afectados, así como la memoria, la capacidad de aprendizaje, las funciones cognitivas, la regeneración celular… Patologías que hoy en día estamos viendo claramente en las personas de la tercera edad y cada vez más en gente más joven.

 

Tipos de estrés.

Existen tres tipos de estrés: el emocional, el químico y el físico. Cada uno tiene su energía y su frecuencia, su estado vibracional.

Vivir en un estado emocional alterado es quizás lo más común en nuestra sociedad. Representa por lo menos el 90% de las quejas de las personas que entran en mi consulta: vidas familiares tóxicas, un empleo no gratificante, soledad, ansiedad, depresión… Curiosamente, esta gente no suele ver una relación entre las quejas físicas de su cuerpo y su estado emocional. Para la mayoría son dos temas totalmente distintos. No podrían estar más equivocados.

Por ejemplo, imaginémonos mantener una relación que nos provoca emociones conflictivas: él o ella no nos entiende, no nos quiere, sabemos que la relación no tiene futuro… Nuestro estado emocional está en conflicto con nuestro bienestar. Nos estamos saboteando a nosotros mismos. Nuestro sistema nervioso no puede asimilar esta vibración tan nociva. Nos subluxamos. Y mientras no cambie la situación, mientras vivamos en desacuerdo con lo que sentimos, en una situación de estrés emocional, el organismo se subluxará.

La entrada de cualquier tipo de medicamento produce en el cuerpo un estrés químico. Supone la entrada de un agente extraño que pone en movimiento a todo el cuerpo en una dirección que la inteligencia innata no ha dictado. Si el niño tiene fiebre, debe tener fiebre. Hay que respetar lo que dicta la inteligencia innata, una inteligencia perfecta. El hecho de introducir un medicamento representa ir en su contra y eso produce estrés. El cuerpo no solamente tiene que lidiar con la infección o patología, sino que también debe luchar contra la intoxicación que representa la química ingerida. Todo el cuerpo se pone en movimiento para combatirla. Es un proceso muy exigente para el organismo. El cuerpo gasta mucha energía para activar el sistema digestivo (secreción de jugos gástricos, pancreáticos, biliares…), para metabolizar la sustancia en el hígado o los riñones, para aumentar el ritmo cardíaco ya que debe llegar más sangre al sistema digestivo… Esta energía debería ser usada para combatir la enfermedad. Es un proceso estresante que subluxa a la persona.

He aquí un ejemplo. Nace un niño perfecto que dispone de plena energía, inteligencia y materia prima. Va al pediatra. Le pone su primera vacuna. La energía asociada con este estrés químico es demasiado fuerte para que su sistema nervioso la pueda asimilar. Saltan los fusibles. El niño experimenta su primera subluxación. Su neurología se ve alterada, su cuerpo ya no expresa su inteligencia al máximo de sus posibilidades. El poder de asimilar en integrar nuevas experiencias queda debilitado y el niño tiene menos habilidad para responder correctamente a los agentes infecciosos y a los otros tipos de estrés que impone la vida cotidiana. Un niño sometido al sistema sanitario español actual recibe un promedio de 37 vacunas (28 sistemáticas y 9 recomendadas) antes de llegar a la edad de 12 años. Su sistema nervioso está en un estado de máximo desarrollo y aprendizaje. Se crean billones de conexiones neurológicas en su cerebro y las estamos limitando casi desde el nacimiento. Pero además, el bombardeo de medicinas es constante: si sufre tos, le damos un expectorante; si tiene fiebre, un anti-térmico; si padece de asma, cortisona… Más vacunas, más medicamentos que se traducen en más subluxaciones.

El estrés físico quizás es el más fácil de entender. Si vivimos una vida física que va en contra de una vida saludable, pasará factura. La falta de actividad física adecuada es el problema número uno en los países desarrollados. Es de vital importancia que nos movamos continuamente. El ejercicio físico aumenta el riego sanguíneo del cuerpo, eliminando toxinas y oxigenando las células. A nivel neurohormonal, el ejercicio provoca un aumento de producción de hormonas que producen bienestar en el cuerpo: dopamina, endorfinas… Sin el ejercicio físico necesario para el buen funcionamiento del cuerpo, las toxinas se acumulan, las hormonas de bienestar no se producen y el cuerpo vive en estado de estrés físico por negligencia. Además las malas posturas, las caídas y los golpes pueden impactar negativamente en el sistema nervioso, sobre todo si lo tenemos bastante saturado debido a otros tipos de estrés no asimilado.

Todo lo contado anteriormente no significa que el estrés sea malo de por sí. Es importante recibir estímulos de nuestro entorno. Nuestra evolución, crecimiento y aprendizaje como seres humanos depende de dos cosas: del nivel de estrés adecuado para podernos adaptar a él y de tener un organismo plástico que pueda asimilar una gran variedad de tipos de estrés.

 

Tobias Goncharoff, D.C.

La quiropráctica desvelada.